Esta tarde, entre dos soporíferas y poco productivas sesiones de estudio, tomé un café con dos buenos amigos. Hablamos de los comienzos en Salamanca, de la incertidumbre, de la soledad ... Y recordé unas breves líneas que escribí a modo de desahogo en aquellos primeros días ... Hoy tienen un sentido distinto a entonces. Estas líneas, a pesar de su escaso valor artístico, siguen cumpliendo la función de hito que un día, con otro matiz y desde otro prisma, ejercieron. Es por eso que he decidido compartirlas ...
Sabes
que no puedes culparme.
Como yo, llamarías
hermano
y ofrecerías tu sangre
al primer desconocido
que te tendiese la mano
o te sonriese un
instante.
Aquí la familia es
importante.
Mis
pupilas dilatadas y mis manos temblorosas se alimentan del mismo hedonismo
caduco y ensordecedor que las tuyas. Brindemos una vez más por nada.
Es el triunfo del
exceso,
de vivir al peso y al
día,
de renunciar sin previo
aviso a la poesía,
al calor;
al “siempre serás mía,
al
menos en mi corazón”.
Pero
no temas, conozco el sabor del salitre y el susurro de las yemas de los dedos
al acariciar sin látex de por medio, a pecho descubierto, a tumba abierta. Te
los mostraré cuando quieras.
José Ibáñez Bengoechea
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