miércoles, 20 de junio de 2012

Me basta así. A.G.


Estos días he estado ausente por motivos académicos que ahora no vienen al caso. Esos mismos motivos han hecho que mi producción de cara a las aportaciones al blog haya sido nula, cero, principalmente porque no he tenido tiempo para escribir nada medianamente decente. Por eso, en esta ocasión, la entrada no consiste en la aportación de una creación original, sino en una recomendación.

El poema que se transcribe a continuación, el archiconocido "Me basta así" de Ángel González, es con mucho mi poema favorito. No por una concentración de símbolos especialmente evocadora, ni por la utilización equilibrada de los recursos y figuras poéticos, ni por su ritmo (tiene más del que parece a "primera leída"), sino por la idea central, por la idea madre de todo el poema, la cual es sin duda la cosa mas hermosa que se puede decir a una mujer -por su parte, el ser más hermoso sobre la faz de la tierra (guiño)-. 

Porque no es posible, al menos yo no lo concibo, llevar la pasión y la admiración por una persona a un lugar más elevado que al que las lleva en este poema Ángel González. Esta idea central consiste, a mi entender, en decirle a otra persona que su existencia y su amor le convierten a uno mismo en un ser que trasciende, ya no lo humano, sino lo divino, en un ser liberado de deseos y anhelos terrenales, alguien completamente en paz. En definitiva, es la muestra del amor infungible más acojonante que jamás leí.

Cada vez que leo este poema pienso en ella. No os asustéis. Con ella me refiero a la mujer que en su día inspiró su redacción. Todos los poemas de amor tienen su musa. La de Ángel González tenía que ser de otra galaxia. ¿Nunca os habéis preguntado por "ellas"?¿Por esas mujeres capaces de liberar al poeta y llevarlo a las cotas más altas? Estaría bien que se plantease un debate acerca de la inspiración en este foro ... guiño, guiño; piso, piso .... ;)

Disfruten ...


ME BASTA ASÍ
 


Si yo fuese Dios 
y tuviese el secreto, 
haría un ser exacto a ti; 
lo probaría 
(a la manera de los panaderos 
cuando prueban el pan, es decir: 
con la boca), 
y si ese sabor fuese 
igual al tuyo, o sea 
tu mismo olor, y tu manera 
de sonreír, 
y de guardar silencio, 
y de estrechar mi mano estrictamente, 
y de besarnos sin hacernos daño 
—de esto sí estoy seguro: pongo 
tanta atención cuando te beso—; 
                                entonces, 

si yo fuese Dios, 
podría repetirte y repetirte, 
siempre la misma y siempre diferente, 
sin cansarme jamás del juego idéntico, 
sin desdeñar tampoco la que fuiste 
por la que ibas a ser dentro de nada; 
ya no sé si me explico, pero quiero 
aclarar que si yo fuese 
Dios, haría 
lo posible por ser Ángel González 
para quererte tal como te quiero, 
para aguardar con calma 
a que te crees tú misma cada día 
a que sorprendas todas las mañanas 
la luz recién nacida con tu propia 
luz, y corras 
la cortina impalpable que separa 
el sueño de la vida, 
resucitándome con tu palabra, 
Lázaro alegre, 
yo, 
mojado todavía 
de sombras y pereza, 
sorprendido y absorto 
en la contemplación de todo aquello 
que, en unión de mí mismo, 
recuperas y salvas, mueves, dejas 
abandonado cuando —luego— callas... 
(Escucho tu silencio. 
                     Oigo 
constelaciones: existes. 
                        Creo en ti. 
                                    Eres. 
                                          Me basta). 


Ángel González 

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