viernes, 22 de junio de 2012

I LOVE... ME


Hoy iba andando por una de las sempiternas callejas salmantinas cuando he visto a una chica que lucía una de esas camisetas que rezan: I LOVE (éste representado en un corazón) NY. La apreciación, por irrelevante, no tiene nada de particular. De hecho, cada día vemos decenas de ese tipo de camisetas ‘suvenir’ que informan sobre la existencia de algún lugar y que sugieren que quien la viste o algún allegado de éste ha estado en equis punto geográfico del globo. Las camisetas ‘suvenir’ son parte de nuestro imaginario universal, son parte de una suerte de armario común del que todos nos hemos servido alguna que otra vez. Así pues, el ser humano contemporáneo está diseñado para reconocer y aceptar la existencia de las camisetas ‘suvenir’ del mismo modo que asume de forma natural los principios de la física o la ineptitud política.

Dicho lo cual, queda preguntarnos: ¿Y a mi qué coño me importa que ames Nueva York? Quiero decir, ¿por qué tienes la necesidad de proporcionarme esa información? ¿qué quieres de mí, completa desconocida? Creo que tratas de decirme que un día estuviste en Nueva York, que te enamoraste del lugar y que fue una experiencia vital tan gratificante que sentiste la necesidad de compartir ese jocoso momento con el resto de los mortales, a sabiendas de que Nueva York, sobre todo, mola más que la mierda de ciudad en la que ambos habitamos (que no tiene porqué, pero así lo cree ella). Algunos diréis: “¿qué más da? Si le gustó Nueva York y quiso tener un recuerdo de la ciudad ¿por qué le molesta a este mindundi?”. A los que opinen así, yo les digo: ¿qué más me da? Si le gustó Nueva York y quiso tener un recuerdo de la ciudad ¿por qué lo comparte conmigo? ¿Por qué no se ha comprado un taza de café, o una pequeña figura de la Estatua de la Libertad, o un imán para la nevera del Empire States? La respuesta es que todas esas cosas no brillan, no se pueden lucir, con lo cual nadie, más allá de aquellas personas que compartan techo con ella y los allegados, sabrán de su envidiable mundanidad. ¿Hay cosa más trágica que realizar un viaje idílico y que, de vuelta a la vida cotidiana, nadie pueda constatar ese hecho? ¿De qué sirve, entonces, cumplir los sueños comunes al resto de la humanidad, si el resto de la humanidad no es testimonio de tan glorioso triunfo? 

La prueba de que enfundarse una camiseta de este pelo no es una decisión arbitraria es que nunca, o en raras ocasiones, esa ciudad es una ciudad cualquiera. Nunca es Benidorm o Ponferrada o Matalascañas. Suelen ser ciudades de referencia en el ideal Occidental: Los Ángeles, Barcelona, Berlín... y suelen ser camisetas con un acabado aséptico, calculado, sin alma, rayanas al logotipo. ¿Dónde han quedado esas fabulosas camisetas de fantasía, llenas de colores imperfectos, con ese particular efecto desaturado, en las que un delfín, una palmera, un islote o un ancla ensalzaban junto a una leyenda, en generosa tipografía y convenientemente arqueada, las bondades de ese pueblo en el que veraneaste un par de semanas: ‘SANTA POLA, TRADICIÓN DE SALITRE’? Y es que hubo un tiempo en que lucir una camiseta ‘suvenir’ era señal de humildad, de sencillez y estima hacia lo local y hacia las cosas pequeñas de la vida. Nadie se sentía ofendido, nadie cuchicheaba a espaldas de quien vestía con orgullo y solera una camiseta estampada con una ensaimada, la Alhambra o una paella. Ahora, la globalización de los ideales ha convertido emplazamientos de ensueño como Torremolinos o Oropesa en poco menos que un estigma geográfico. La ciudad que se pregone en una camiseta ‘suvenir’ posmoderna debe cumplir unos mínimos de glamur. Debe gozar de cierto prestigio en el imaginario consabido por los congéneres de Occidente. Nueva York, París, Londres, Roma… grandes joyas de la corona terráquea, las bombillas brillantes del mapamundi, testimonios de la historia, buques insignia del progreso y la moda… ¡Lugares de los que un terrícola pueda sentirse orgulloso!

Creo que todo esto versa sobre la felicidad, y sobre la necesidad humana de reafirmarla a través de la de los demás. Parece ser que el grado de felicidad lo determina el hecho de que la gente considere la propia felicidad menos interesante que la del vecino. “El vecino ha estado en Nueva York, qué cabrón. Y yo currando”. Y el que ha ido a Nueva York, a sabiendas de cuál será la reacción del vecindario (puesto que él también la ha sufrido), se convierte, por un instante y para su regocijo, en el epicentro de SU universo, a ojos de los que le rodean. Joder, no hay mayor nutriente vital que el que alimenta el ego. Digánselo sino a... cualquiera. Nuestra felicidad pasa, al final, por ser, -mediante una convención que nos dice cuál es el ideal de felicidad-, mejor que la del otro. De algún modo, nos complace no ser los rezagados. Saber que hay gente que vive peor que nosotros. Encontrar nuestra nube de consabida felicidad. Y sobre todo, decirle al mundo que nuestra vida no está nada mal, e incluso que está mejor que la de la mayoría de nuestros congéneres (aunque luego sea humo*), y saber con tremendo gozo que, al final, el mundo te va a dar la razón. Es gasolina para el ego. Un motivo para seguir vivo y soñar que, tal vez, el próximo destino sea la Luna. Eso sí sería la hostia. Y que hubiera una tienda suvenirs en la que vendieran camisetas I LOVE THE MOON.

* Y dicho lo cual, momento para la auto-crítica: tengo una camiseta de Los Ángeles, y nunca he estado allí. Tengo otra de Las Vegas, y sí, he estado. No tengo ninguna de Benidorm, pero todo llegará…

3 comentarios:

  1. Y así como quien no quiere la cosa dejo caer que he estado en Las Vegas, porque me molesta que el mundo informe de sus lugares de vacaciones que no sean un pueblo de Málaga. Por cierto, la mayoría de esos pueblos del sur en los que la gente veranea tienen sus camisetas de I corazón _____

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  2. No era un crítica hacia el mundo sino hacia la especie humana. Ni si quiera era una crítica, más bien una indagación. Sólo trataba de subrayar lo contradictorios que somos, y lo conscientes que son nuestras propias artimañas.

    Y no creo que haya sublimado nada, de hecho por eso hay un asterisco.

    Un saludo

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