Un tío normal, de gesto neutral. No es un tío muy
extrovertido, pero tampoco un misántropo de esos que se refugian en sus
pensamientos porque temen a la muerte y esas cosas. Parece que su misión es estar de paso. Es
cínico, pero no un hijo de puta. Lo es porque no se siente parte de lo que le rodea. Acostumbra a estar solo. Viste chupa y
un gorro, casi siempre. También fuma, y eso le confiere una imagen solemne que
tal vez no corresponda con su manera de ser y sí con un cliché.
Cree que el mundo está corrompido, lo ha leído y lo ve. Sobre todo lo ve. Lo ve en la gente, en el repertorio limitado de perfiles, en las acciones, en los gestos y la palabras que articula el prójimo. Ve una cosa pero entrevé otra. Ve un extraño doble fondo en las personas. Ve cinismo, ve un pensar y un hacer malintencionado, ve apatía y trivialidad y mucha estética. Ve la estética del consumo, la identidad ofertada en estantes de un supermercado existencial. Ve algo parecido a ser alguien, un remedo de algo humano. Ve al hombre rendido a la exacerbación del hedonismo, aspirante de un ‘todo’ al que ni Zeus tiene acceso. Ve la soberbia de algunos. Ve como éstos ejercen un poder inexacto sobre otros, y éstos se lo tragan a paletazos, sin reservas. Ve sangre, dolor, muerte y prejuicios absorbidos por el mullido tacto de un sofá. Ve odio que se alberga en pos de un mundo mejor, que no es el de todos, sino del que alberga odio. Ve un estado del bienestar que no está bien, que sólo está bien para quien sepa qué coño es el bienestar. Y en nombre del progreso… También en los que abogan por él, por el progreso a cualquier precio, ve su ceguera.
Cree que el mundo está corrompido, lo ha leído y lo ve. Sobre todo lo ve. Lo ve en la gente, en el repertorio limitado de perfiles, en las acciones, en los gestos y la palabras que articula el prójimo. Ve una cosa pero entrevé otra. Ve un extraño doble fondo en las personas. Ve cinismo, ve un pensar y un hacer malintencionado, ve apatía y trivialidad y mucha estética. Ve la estética del consumo, la identidad ofertada en estantes de un supermercado existencial. Ve algo parecido a ser alguien, un remedo de algo humano. Ve al hombre rendido a la exacerbación del hedonismo, aspirante de un ‘todo’ al que ni Zeus tiene acceso. Ve la soberbia de algunos. Ve como éstos ejercen un poder inexacto sobre otros, y éstos se lo tragan a paletazos, sin reservas. Ve sangre, dolor, muerte y prejuicios absorbidos por el mullido tacto de un sofá. Ve odio que se alberga en pos de un mundo mejor, que no es el de todos, sino del que alberga odio. Ve un estado del bienestar que no está bien, que sólo está bien para quien sepa qué coño es el bienestar. Y en nombre del progreso… También en los que abogan por él, por el progreso a cualquier precio, ve su ceguera.
A veces piensa en el suicidio. A veces piensa en matarse, de
modo que algo cambie. La muerte cambia las cosas de un modo radical, para el
que muere y para el que aún debe morir. La muerte ajena nos hace tomar consciencia de nuestra vulnerable y caduca humanidad. Piensa en pegarse un tiro delante de un
ayuntamiento, o alguna mierda así. Y que se joda todo el mundo. Piensa en ser un mártir en funciones, sin
rango de oficialidad, sin pretensiones de posteridad, sólo ser la sacudida definitiva
para esas mentes que viven bajo la falaz sensación de libertad y horizontes
crepusculares. A veces piensa que si fuera un héroe debería combatir a muchos
villanos y no sólo a uno, como suele ocurrir en las películas. Piensa que el
rol del villano se ha pluralizado, ha viralizado y está en cada casa, en cada cama, en cada sueño. Hoy en día ser villano
es lo más natural del mundo, es la más humana e instintiva de las acciones del hombre. Por eso hay
muchos villanos. Por eso hay poco héroes. Piensa que somos seres pasivos que medran bajo el amparo de una
condición heredada: ser hijos de su tiempo.
A veces piensa que soportaría una
paliza, que soportaría una tortura, que soportaría el dolor en todas sus
variables. Piensa que morir no es nada especial. Morir es una consciencia, un concepto cuyo sentido sólo se asume en vida. Piensa que es un cuerpo. Piensa que es carne, sólo masa, sólo cosa. No piensa en el más allá,
ni el más acá. Piensa, piensa, piensa... y le gustaría no hacerlo.
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