miércoles, 13 de junio de 2012

El cuerpo ahorcado

Voz anónima, mirada al suelo.
Era otoño, y ahí, en el suelo, yacían
las hojas de un platanero,
circunspectas en el aire, inanimadas,
pero hechas de vida, y él observaba
esas hojas eternas, que son testimonio de su tiempo,
como única prueba, de certidumbre.

Efluvios de muerte, de un ser esculpido
por caprichos de la contingencia.
Su rostro eran los años, los golpes,
los días y las noches.
Era otoño, y el viento golpeaba,
también a su cabello, que ya había muerto.
Oyó crepitar el cerebro tras el suelo
carnoso que lo nutre. Y él seguía mirando.

Cadáver anunciado, un certero apriorismo,
sólo cuestión de segundos
y en la horca se haría la vida,
un verdugo la precedería, y la muerte a éste.
Y a ambos, y a todos los presentes.

Las hojas espasmódicas, vivas,
responden al aire, son cuerpos
llenos de vida al pie de un platanero,
y él mirando, vacío y extinto,
algo nauseabundo, por aquello de morir.

Era otoño, de rostros rocosos,
las hojas ignoran,
y él sabe demasiado,
pensó que estaría más cerca de ellas
al caer ahorcado.

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