lunes, 4 de junio de 2012

El flechazo


No fue mi guardia baja, sino tu desarme inconsciente de grandes ojos y dulce boca el que permitió a tu mirada someterme al embrujo, al hechizo que emana de ti sin tú saberlo.

Te había soñado antes de aquella tarde, aunque con otro rostro y otros pechos, nunca tan presente, tan de carne y hueso. Te reconocí en tu plenitud y en mi fragilidad, en la luz serena que inundó mi cuerpo, la ciudad e incluso el espacio exterior.

Todo el universo se paralizó por un momento, como para hacerte una reverencia. Por eso supe que eras tú y no otra. Ahora, con tu realidad, me has inundado y me cuesta respirar sin exhalarte.

A ratos te amo y te odio, porque si es cierto que ninguno elegimos cruzar los destinos en aquel callejón, más cierto es que para mí fue derrota y para ti… bueno, para ti nunca fue.

Es el irremediable efecto de tu condición angelical, de esa aura tuya que inclina la balanza; si yo no sé tu nombre, tú no sabes mi existir; si te busco a tientas, no seré quien te acaricie.


José Ibáñez Bengoechea

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