No
fue mi guardia baja, sino tu desarme inconsciente de grandes ojos y dulce boca
el que permitió a tu mirada someterme al embrujo, al hechizo que emana de ti
sin tú saberlo.
Te
había soñado antes de aquella tarde, aunque con otro rostro y otros pechos,
nunca tan presente, tan de carne y hueso. Te reconocí en tu plenitud y en mi
fragilidad, en la luz serena que inundó mi cuerpo, la ciudad e incluso el
espacio exterior.
Todo
el universo se paralizó por un momento, como para hacerte una reverencia. Por
eso supe que eras tú y no otra. Ahora, con tu realidad, me has inundado y me
cuesta respirar sin exhalarte.
A
ratos te amo y te odio, porque si es cierto que ninguno elegimos cruzar los
destinos en aquel callejón, más cierto es que para mí fue derrota y para ti…
bueno, para ti nunca fue.
Es
el irremediable efecto de tu condición angelical, de esa aura tuya que inclina
la balanza; si yo no sé tu nombre, tú no sabes mi existir; si te busco a
tientas, no seré quien te acaricie.
José Ibáñez Bengoechea
¡Sin palabras! Solo puedo decir que me ha ENCANTADO
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