A veces pasa que cuando no le sabemos poner nombre a las
cosas esas cosas repercuten de un modo más turbulento en nuestra vidas. Cuando lo que sucede alrededor nuestro escapa de nuestra comprensión y altera nuestro interior, parece que todo es más complejo de lo que es.
Nacemos sin saber y aprendemos a base de golpes. Por eso no
sabemos que es exactamente el fuego, no del todo, hasta que pones la mano sobre
él. Luego atas cabos: el fuego es naranja y amarillo, y a veces azul; el fuego oscila;
el fuego no se puede coger, ni contar; el fuego calienta; el fuego calienta
tanto que, si coloco la mano encima, quema, es decir, duele, es decir, no debo
tocarlo. Y todo aclarado.
Esa nueva información almacenada en tu hipocampo te hace más
fuerte, más astuto y prevenido. Te convierte en un ser más capacitado para la
supervivencia, y reduce la probabilidad de sufrir quemaduras a un 1%. La
gestión de las cosas es más fácil cuando conoces el alcance que pueden tener
esas cosas sobre tu existencia. Por eso es bueno saber que toda esa confluencia
de factores químicos, físicos y demás constantes de la naturaleza (que pueden hacerte pupa) pueden
resumirse en la palabra ‘fuego’. Para decir: ¡Cuidado, es fuego! De lo contrario, sería fácil acabar carbonizado antes de ni siquiera comprender la causa de tu muerte. Es economía de pensamiento, mucho más fácil
que la que nos horada los bolsillos.
Es por eso que cuando se es niño y juegas a futbol en el patio del colegio y otro niño no quiere
pasarte el balón porque te considera poco menos que unaputamierda nace de tus entrañas una especie de fuerza maligna e indomable
que modifica tu comportamiento para con ese niño –y, por extensión, ante la
vida y sus futuras versiones– actuando de un modo más receloso y contenido. Y
más adelante –aunque hayan pasado horas o días, o según el desplante, meses o
años–, él necesite algo de ti y te reclame, esa fuerza que parecía extinguida,
que no has digerido como es debido, resurgirá como un géiser salpicando a todo
lo que esté cerca*. Ahora bien, ¿y si a ese proceso lo llamamos ‘rencor’? Sintetizar
todo un complejo proceso emocional en una palabra no puede ser sino algo
beneficioso para afrontar con solvencia los dilemas e imponderables de la vida.
Cuando tratamos de dar con la solución de un problema no
hacemos otra cosa que procesar miles de conceptos y palabras con el fin de
encontrar su matriz, esa palabra o frase soterrada sobre un montón de paja conceptual que
nos abra los ojos, que acabe con la incertidumbre y hacer así de nuestra
existencia un lugar apacible y bajo control. Como ir desbrozando mala hierba, abriéndote
camino por una selva agreste en busca del catártico mar.
Y es que cuantos más conceptos se condesen en una palabra, con más
facilidad alcanzaremos la verdad que buscamos. Cuanto más concisas sean las
palabras (asociaciones de ideas) que pertrechen nuestro proceso mental, más
fácil será resolver nuestras pesquisas emocionales y comprender con mayor
amplitud el porqué y el cómo de nuestras acciones.
Un profesor nos dijo una vez: “El pensamiento son palabras,
y quien piense lo contrario que lo diga”. Amén a eso.
*El ejemplo expuesto es el de un niño porque es en esa etapa
de crecimiento emocional en la que somos más vulnerables. Aunque cabe decir que
nunca dejamos de serlo, y el rencor, así como otras turbulencias emocionales,
son parte de nuestra vida de principio a fin.