jueves, 7 de junio de 2012

Fase Rem


Fabián era sonámbulo. Siempre lo había sido, desde niño. Era esta una característica peculiar que le acarreaba muchas dificultades. El mayor de todos, dentro de su innumerable lista de problemas relacionados con el sonambulismo, era la extrañísima tendencia onírica que le impulsaba, en ese estado de inconsciencia, a robarse a sí mismo su propio dinero.

Fabián llego a hacerse a la idea de que un estremecedor recuerdo de su infancia, la traumática muerte de su perro, atropellado por un camión frigorífico, había llevado a su subconsciente a emular, cuando dormía, a aquel perro querido, escondiendo su dinero en algo parecido a un agujero en la tierra.

Intentó muchas veces y de muchas formas que no se repitiera la escena fatal, aquella que lo encuadraba a él con su pijama, su bostezo y sus legañas observando el vacío, la nada que sustituía muchas mañanas a sus monedas y billetes.

Ocultó el dinero en los lugares más insospechados. Esperaba con ello no acordarse de dónde lo había hecho. En previsión de esto, anotaba el lugar exacto en un post-it que guardaba en un cajón.

El último lugar en que escondió sus escasos ahorros fue un huequecito que quedaba entre la encimera de la cocina y la lavadora, justo debajo del lugar donde todas las noches se quedaban dormidos, en amor y compañía, los platos, vasos y cubiertos empleados para la cena. Esa noche algún plato fue más inquieto de lo normal.

Un fuerte ruido sacó de un salto a Fabián de la cama. Eran las cuatro de la mañana. El estruendo provenía de la cocina. Armado de valor, Fabián corrió hacia allí.

Al llegar encontró a su compañero de piso, Iván, con las manos en la masa. Billetes en una mano y trozos de un plato roto en la otra manaza. Iván, totalmente encarnado, sólo acertó a decir una cosa: ‹‹ Tío, con los post-it lo dejaste a huevo››.

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