Hubieses
esperado al destello cegador que anuncia el fin del mundo. Lo supe mientras
acariciaba tu cuerpo suavemente, temeroso de que el sueño se deshiciera entre
mis dedos.
Es por eso que me reconozco traidor cada vez
que, al cerrar los ojos, os siento a ti y a tus labios tensos y sinceros en
aquel portal perdido en el universo, a millones de años luz de la existencia.
Me
siento traidor a la ilusión, al amor y a mí mismo, traidor a los que buscan incesantes las
miradas y los juegos, los latidos más intensos.
Hace
tiempo que no culpo al destino, porque cuando, como yo, derramas la felicidad
más absoluta por miedo a que se evapore un día, no puedes sino agradecer
aquellos instantes sublimes y pedir perdón por tan nefasto derroche.
No
volverá aquella primavera, ni aquella madrugada en que un susurro que bailaba
en un jardín de infancia escapó libre, casi tanto como yo.
Quizá
sea por eso que, disfrazado de amargor, me visitará hasta el fin de los días tu
dulce recuerdo, aquel que me advierte de que he de dar gracias de que un día,
más que formar parte de ella, fueses mi vida.
José Ibáñez Bengoechea
...Wow.
ResponderEliminarEra consciente de que aquel brote que vi crecer, tan observador y sabio para su edad, era ya un joven brillante y sin miedo a ser el gran hombre que será un día. Lo que no recordaba es lo valiente que es su corazón y lo valiente que fue el mío; lo hermoso de esta vida perra, que nos enseña que hay que aprovechar mientras nos quede corazón, para amar y para desgarrarlo si hace falta, pero nunca dejarlo marchitar por miedo a sufrir, porque el que no sufre no vive, y el que no vive, no ama.
Gracias hermano.