jueves, 19 de julio de 2012

Las cosas por su nombre


A veces pasa que cuando no le sabemos poner nombre a las cosas esas cosas repercuten de un modo más turbulento en nuestra vidas. Cuando lo que sucede alrededor nuestro escapa de nuestra comprensión y altera nuestro interior, parece que todo es más complejo de lo que es.

Nacemos sin saber y aprendemos a base de golpes. Por eso no sabemos que es exactamente el fuego, no del todo, hasta que pones la mano sobre él. Luego atas cabos: el fuego es naranja y amarillo, y a veces azul; el fuego oscila; el fuego no se puede coger, ni contar; el fuego calienta; el fuego calienta tanto que, si coloco la mano encima, quema, es decir, duele, es decir, no debo tocarlo. Y todo aclarado.

Esa nueva información almacenada en tu hipocampo te hace más fuerte, más astuto y prevenido. Te convierte en un ser más capacitado para la supervivencia, y reduce la probabilidad de sufrir quemaduras a un 1%. La gestión de las cosas es más fácil cuando conoces el alcance que pueden tener esas cosas sobre tu existencia. Por eso es bueno saber que toda esa confluencia de factores químicos, físicos y demás constantes de la naturaleza (que pueden hacerte pupa) pueden resumirse en la palabra ‘fuego’. Para decir: ¡Cuidado, es fuego! De lo contrario, sería fácil acabar carbonizado antes de ni siquiera comprender la causa de tu muerte. Es economía de pensamiento, mucho más fácil que la que nos horada los bolsillos.

Es por eso que cuando se es niño y juegas a futbol en el patio del colegio y otro niño no quiere pasarte el balón porque te considera poco menos que unaputamierda nace de tus entrañas una especie de fuerza maligna e indomable que modifica tu comportamiento para con ese niño –y, por extensión, ante la vida y sus futuras versiones– actuando de un modo más receloso y contenido. Y más adelante –aunque hayan pasado horas o días, o según el desplante, meses o años–, él necesite algo de ti y te reclame, esa fuerza que parecía extinguida, que no has digerido como es debido, resurgirá como un géiser salpicando a todo lo que esté cerca*. Ahora bien, ¿y si a ese proceso lo llamamos ‘rencor’? Sintetizar todo un complejo proceso emocional en una palabra no puede ser sino algo beneficioso para afrontar con solvencia los dilemas e imponderables de la vida.

Cuando tratamos de dar con la solución de un problema no hacemos otra cosa que procesar miles de conceptos y palabras con el fin de encontrar su matriz, esa palabra o frase soterrada sobre un montón de paja conceptual que nos abra los ojos, que acabe con la incertidumbre y hacer así de nuestra existencia un lugar apacible y bajo control. Como ir desbrozando mala hierba, abriéndote camino por una selva agreste en busca del catártico mar.

Y es que cuantos más conceptos se condesen en una palabra, con más facilidad alcanzaremos la verdad que buscamos. Cuanto más concisas sean las palabras (asociaciones de ideas) que pertrechen nuestro proceso mental, más fácil será resolver nuestras pesquisas emocionales y comprender con mayor amplitud el porqué y el cómo de nuestras acciones.

Un profesor nos dijo una vez: “El pensamiento son palabras, y quien piense lo contrario que lo diga”. Amén a eso.


*El ejemplo expuesto es el de un niño porque es en esa etapa de crecimiento emocional en la que somos más vulnerables. Aunque cabe decir que nunca dejamos de serlo, y el rencor, así como otras turbulencias emocionales, son parte de nuestra vida de principio a fin.

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