Hasta ahora ningún creador audiovisual había plasmado la consabida era tecnológica y social en la que nos encontramos con la precisión y
maestría con la que el periodista y guionista Charlie Brooker ha cincelado, en
mi opinión, la mejor obra audiovisual del año. Black Mirror no deja
indiferente; no puede dejar indiferente, es imposible que deje indiferente.
Aquel que no sienta una sacudida interna después de la proyección tendrá
razones para viajar a otro planeta, uno inhabitado tal vez. Y es que Black
Mirror es un ácido retrato de nuestra era, y nadie (por inclusión o por
omisión) puede sentirse ajeno a él. Porque es periodismo preventivo. Una
hipérbole social, pero traída a tierra. Un augurio razonable. Una revisión
orwelliana amoldada a nuestro tiempo. Una patada al posmodernismo, en los
mismísimos, señores.
Si bien es verdad que los tres episodios que componen esta
reluciente perla (otro sentido aplauso para la ficción británica) se podrían
consumir y digerir de un modo independiente y el deleite sería el mismo, es
tras el visionado del conjunto cuando el respetable siente que algo ha crujido
en los más nuclear de su cerebro.
Más allá de eslóganes y sintéticos pruritos para atenazar vuestro interés: Black Mirror es
un compendio de lo que internet, los mass media, el progreso tecnológico y los nuevos mecanismos de
interacción humana pueden representar en una sociedad global, complaciente y cínica como la
nuestra, en la que la vida humana ajena puede ser percibida como una entretenida entelequia sólo real tras la pantalla y en la que, por ello, todo sufrimiento proyectado a través de ella no tiene porqué ser correspondido por el que está enfrente. El político, el concursante, todo ser que sea absorbido por el agujero mediático se puede convertir en eventual bufón de la aborregada y auto-consciente masa global, sin recibir siquiera opción a indulto.
También en esta sociedad prevista por Charlie Brooker vemos como las relaciones humanas y los sucesivos sentimientos deben afrontar nuevos y complejos escenarios de interacción (¿os imagináis tener implantado en vuestro cuello un chip que os permitiese almacenar todo aquello que véis y reproducirlo en una pantalla siempre que quisierias?) dejando obsoletos los razonamientos que apelan a lo abstracto, a los recuerdos, a las conjeturas inconcluyentes... sugiriendo una replanteamiento no sólo a una escala interpersonal (relaciones humanas), sino también sistémica (justicia), lo cual invita a pensar en, ni más ni menos, que la fundación de una nueva e hipotética civilización regida bajo otras leyes y otros modos de interacción humana. Ahí queda eso.
También en esta sociedad prevista por Charlie Brooker vemos como las relaciones humanas y los sucesivos sentimientos deben afrontar nuevos y complejos escenarios de interacción (¿os imagináis tener implantado en vuestro cuello un chip que os permitiese almacenar todo aquello que véis y reproducirlo en una pantalla siempre que quisierias?) dejando obsoletos los razonamientos que apelan a lo abstracto, a los recuerdos, a las conjeturas inconcluyentes... sugiriendo una replanteamiento no sólo a una escala interpersonal (relaciones humanas), sino también sistémica (justicia), lo cual invita a pensar en, ni más ni menos, que la fundación de una nueva e hipotética civilización regida bajo otras leyes y otros modos de interacción humana. Ahí queda eso.
Y es que Charlie Brooker
dibuja tres universos razonables (cada uno ubicado en un distinto punto de una
intuitiva y posible línea de progreso) habitados por personas que sufren los
imponderables efectos del aplaudido progreso tecnológico y social. Youtube, la
omnipresente publicidad, la naturaleza reafirmada del homovidens, los mundos
construidos a medida de una libertad conveniente, el anhelo de ser androides, el
control sobre el tiempo… hay albergados en esta miniserie infinitud de temas,
reflexiones, debates sin explorar (lo cual no es una bicoca, dado que la
historia ya ha procurado dar respuestas a todas las incógnitas que ha dispuesto
el camino). Decenas de profundas grietas sobre nuestro mundo nacen de este preciso y letal
impacto que es Black Mirror.
No leáis más. Estáis perdiendo el tiempo. Absorbed y
disfrutad cada segundo de las poco más de dos horas y media en las que
sucede este catártico chute ficcional (o no tan ficcional). Hacedlo y os veréis
reflejados, para bien y/o para mal. Avisados.
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